sábado, 17 de mayo de 2014

La decrepitud

El deterioro de la carne, la putrefacción, la perspectiva, todo cobra sentido si miramos hacia atrás. Es inevitable, todos vamos a morir. La diferencia es que algunos sabemos cuándo o como. 
Vivir con este cuerpo ha sido un trabajo de reconocimiento, aceptación y amor muy largo. Estoy en el proceso de dejarse amar. Pero es difícil.
¿Qué es lo sano, saludable? ¿Qué es lo que se espera que rinda un cuerpo? ¿Qué es una vida vivible? ¿Cuáles son mis límites? ¿Qué o quién delimita o diagrama estos marcos de reconocimiento en el que nuestros cuerpos se vuelven inteligibles para nosotros mismos? sabernos enfermos, como odio esa palabra, o sabernos diferentes, o sabernos que si no hay aire hay que ir a la cama. 
Saber, la conciencia, la certeza, esos segundos de certeza cuando el sistema se está por apagar, la sensación de paz y de pánico a la vez. El primer pensamiento obvio que aparece: al fin, y a la vez el deseo de persistencia en el ser, mi ser. 
La desposesión. Mi cuerpo me desposeyó, hay una doble dialéctica, no es para con algún otro, yo soy extraña de mi misma, hoy mis pulmones me desposeyeron a mí de mi misma para constituirse en ellos mismos, y con ellos tengo que vivir y trazar acuerdos como con una relación poliamorosa, acuerdos de vida, de cuidado, de amor, de respeto, por ejemplo: no puedo fumar mas -ya llegamos a ese acuerdo- no voy a pasar más trasnochadas, no voy a quedarme desnuda por un tiempo (ni para bañarme). Todo por tener unos minutos más, un tiempo más de existencia efímera en el universo, un sentimiento patético y egoísta, creer que hacemos la diferencia, que somos alguien, la patética necesidad de ser alguien. Ajena. 
Primero quiero ser para mi cuerpo, y luego para el mundo.
Este invierno va ser largo, lo sé, y ya estoy enojada, como cada año, cada invierno viene siendo más duro para este el que hoy es mi cuerpo. Pero luego llega el sol, siempre sale el sol y me lanzaré a la calle una vez más y todo será de otra manera.