lunes, 8 de agosto de 2016

Lunes de furia

Lunes de furia
¿Es que soy una persona violenta?
¿Es que todo ha sido en vano?
¿Es que he tirado por la borda todo lo que he construido?

Un derrumbe del que no Salí ilesa, quede atrapada entre los escombros de mi misma, de lo peor de mi, de lo mal aprendido.
Ya no quiero cimientos fuertes, la caída es más dolorosa, una casa de naipes, con ese sonido en particular que hacen cuando se rozan entre sí o cuando chocan seguros en la mesa y ese olor que lo podría reconocer en cualquier lado en cualquier tiempo, olor de tantas manos que lo han tocado.

¿En definitiva eso hace a un cuerpo no? A la semana de tu velorio busque mensajes de voz en ambos teléfonos, me desesperó saber que no volvería a escuchar esa voz, no había ninguno, se habían borrado solos por el tiempo. Uno de mis primos tiene tu voz, me quedo inmóvil escuchándolo con una atención de niño, como cuando alguien aprende algo nuevo. Estoy aprendiendo a estar en duelo.

Lunes de furia. Me pasó algo que me descoloco de mí, reaccione violentamente muy violentamente ante algo cotidiano, un insulto.

Es común y cotidiana la violencia machista a la que estamos expuestas las mujeres que manejamos, recibimos cosas de todo tipo, desde declaraciones de amor, de deseo, a insultos de los más variados, hasta algún semental bondadoso que se apiada y nos da consejos para que manejemos “mejor”, porque por supuesto él lo hace mejor porque es hombre.

Aprendí a manejar en el mismo contexto de violencia, un amigo de uno de mis hermanos abrió una academia para enseñar a manejar, era cubano y se estaba “asentando” en córdoba. Se enamoro de mi cuerpo como le pasa y paso a muchos hombres, cuerpo que no es solo el cuerpo en su forma, sino cuerpo que es un cuerpo de mujer y que para mucha gente pareciera significar, cuerpo a disposición de los deseos de cualquiera. Mi última clase fue una escena de abuso romantizada, me llevo a las sierras a un lugar apartado que él conocía con la escusa de que iba a aprender a manejar en ruta y en un camino de tierra, y allí nos bajamos a descansar un momento e intento besarme, creo que lo hizo, me toco un poco el culo y pude zafarme, dejarle en claro que no me interesaba en lo mas mínimo un tipo de 50 años con esposa e hijos teniendo yo 19.  Esa fue mi última clase, le conté a mi  padre lo que había sucedido le dije que no quería tomar más clases de manejo, el hablo con mi hermano (este era un problema que se arreglaba entre hombres) y me consiguieron un carnet de conducir, no sé cómo, no sé qué paso, no lo volví a ver nunca más. Cambiamos una tocada de culo por un carnet de conducir.

 La violencia es algo que se hizo carne en mí desde niña, como en todas las mujeres, pero en algunos más que otras, tener que sobrevivir es violento. No me quiero justificar, está mal, ser violenta está mal, por la simple razón que uno no tiene la capacidad de decidir cuando no serlo, entonces, podes ser violenta con alguien que queres o que te quiere, y eso es terriblemente desolador.

Este lunes un taxista me insulto porque no iba lo suficientemente rápido en una subida para él. Entre los insultos se encontraban las siguientes palabras: “negra de mierda”, “negra papuda”, “pelotuda”, “hija de puta”, “si no sabes manejar no manejes”. De todos fue este último el que me saco, aprender a manejar me costó, no porque sea difícil, sino porque el mundo le pertenece a los hombres. Y manejo hace más de 10 años, he manejado por toda la argentina, amo manejar, amo viajar. Me sacó, porque él no sabe nada de nada, pero puede juzgar y decir que hacer desde ese lugar de no saber nada de nada por el solo hecho de ser hombre y de ser taxista. Lo insulté, me puse al lado de su ventanilla y lo insulte, grite tanto que me duele la garganta aún. Se ofendió, me volvió a recitar esta poesía de insultos y acelero, yo lo interpreté como que me dejo hablando sola, gritando sola, eso me enojo mucho. Frené, lo llamé, no frenó. Lo seguí, tuvo que frenar en una rotonda, me baje del auto, le abrí la puerta de su auto, e intente sacarlo desde el lado del acompañante arrastrando su cuerpo para romperle la cabeza en el asfalto.

Para suerte mía y del taxista, llevaba una pasajera, esta tenía en el asiento de adelante una valija que se interpuso entre el hombre y yo, y creo yo, salvo nuestras vidas.

El hombre dejo de insultarme, el muy cobarde ahora me amenazaba con su pasajera, diciéndome que ella era abogada y que me iba a demandar ¿? Allí volví a mi, no porque su amenaza fuera frenar mi furia, sino porque en ese momento me di cuenta de que atrás había una persona, una mujer, otra mujer, y que mis gritos y mi violencia seguramente la estaban atemorizando.

Al grito de: “cobarde si me vas  a insultar vení y nos caguemos a trompadas” mientras lo sujetaba de su remera blanca y azul, él me miraba desconcertado, creo que era la primera vez que le pasaba, era la primera vez que una mujer reaccionaba como un hombre. Porque es sabido que los taxistas solo insultan así a las mujeres, de los hombres se cuidan porque saben que los pueden golpear.

No sé que estaba disputando a los gritos en la calle, no sé qué significaba para mí en ese momento poder pegarle a este hombre, no sé a qué tipo de reconocimiento estaba aspirando. No sé que se encendió en mi que hizo que no me importe que mi compañera estuviese en el auto junto a mi perra, que no me importe el espectáculo público, que no me importe haber dejado el auto en marcha en el medio de una avenida, que no me importe que venga la policía y me lleve presa, que no me importe nada. Y este es el punto al que quería llegar. Estoy aterrorizada de esa sensación de no importarme nada, de estar completamente arrojada al deseo de matar, porque si, digamos las cosas como son: lo quería matar.


¿Alguien puede reconocerse tranquilo en el deseo de matar?  Yo no puedo. No puedo dejar de pensar en esa pasajera, no puedo mirar a los ojos a mi compañera, pero tampoco puedo seguir aguantando violencias todos los días, naturalizando el insulto, el acoso… ¿Quién pone el límite? Yo. 

¿Es esta angustia una victoria del patriarcado? 
¿Las mujeres tenemos negado el sentimiento de la violencia?
¿Si fuese un hombre me sentiría así? 


martes, 15 de marzo de 2016

Mi muerte

¿Qué me da miedo?
La muerte
No soporto la idea de perder algo
El duelo
Nadie te enseña a transitar los duelos
El peor duelo es el de una misma
No hay cementerio al cual ir a llorar
Tengo sueños con la que alguna vez fui contigo
Y contigo también
Pero no puedo soltarle/me la mano
Me da miedo
Esa muerte
La mía
De la que ya no soy ni volveré a ser
Me hice un cuerpo

En ese cuerpo tus manos no entraban
No necesité matarte a ti para ser, necesité morir yo
Y cuando morí me perdí
En enredos de la lengua, en piernas, pliegues de sabanas, rulos, nombres, correcciones, utopías, deseos.
El poder de la imaginación de una vida que soñé.
Pero no fue.
La nada se presento a mi puerta y la deje entrar
Conversamos un largo rato y el vacío se apoderó de mí
La mente en blanco
La ausencia de deseo, palabras, ya no estoy.
¿Será que he muerto de nuevo?
¿Será que un pedazo de mi se fue con todas esas personas que ame desesperadamente?
Sospecho que de tanto intentar deshacerme y hacerme otra no ha quedado nada.
En el intento fallido de no ser me he aferrado a cosas que hoy me son ajenas.
No me pertenece ni el nombre
Hoy alguien nombra a una que alguna vez fui y quedo paralizada, no sé si sonreír, si corregirle y decirle, no, ya no soy esa, ahora me llamo así. ¿Ahora me llamo así?
Mi propia cárcel.


sábado, 17 de mayo de 2014

La decrepitud

El deterioro de la carne, la putrefacción, la perspectiva, todo cobra sentido si miramos hacia atrás. Es inevitable, todos vamos a morir. La diferencia es que algunos sabemos cuándo o como. 
Vivir con este cuerpo ha sido un trabajo de reconocimiento, aceptación y amor muy largo. Estoy en el proceso de dejarse amar. Pero es difícil.
¿Qué es lo sano, saludable? ¿Qué es lo que se espera que rinda un cuerpo? ¿Qué es una vida vivible? ¿Cuáles son mis límites? ¿Qué o quién delimita o diagrama estos marcos de reconocimiento en el que nuestros cuerpos se vuelven inteligibles para nosotros mismos? sabernos enfermos, como odio esa palabra, o sabernos diferentes, o sabernos que si no hay aire hay que ir a la cama. 
Saber, la conciencia, la certeza, esos segundos de certeza cuando el sistema se está por apagar, la sensación de paz y de pánico a la vez. El primer pensamiento obvio que aparece: al fin, y a la vez el deseo de persistencia en el ser, mi ser. 
La desposesión. Mi cuerpo me desposeyó, hay una doble dialéctica, no es para con algún otro, yo soy extraña de mi misma, hoy mis pulmones me desposeyeron a mí de mi misma para constituirse en ellos mismos, y con ellos tengo que vivir y trazar acuerdos como con una relación poliamorosa, acuerdos de vida, de cuidado, de amor, de respeto, por ejemplo: no puedo fumar mas -ya llegamos a ese acuerdo- no voy a pasar más trasnochadas, no voy a quedarme desnuda por un tiempo (ni para bañarme). Todo por tener unos minutos más, un tiempo más de existencia efímera en el universo, un sentimiento patético y egoísta, creer que hacemos la diferencia, que somos alguien, la patética necesidad de ser alguien. Ajena. 
Primero quiero ser para mi cuerpo, y luego para el mundo.
Este invierno va ser largo, lo sé, y ya estoy enojada, como cada año, cada invierno viene siendo más duro para este el que hoy es mi cuerpo. Pero luego llega el sol, siempre sale el sol y me lanzaré a la calle una vez más y todo será de otra manera.